En el último mensaje os hablaba del Síndrome del Umbral Basal Cambiante y de su repercusión y hoy os voy a hablar de otro fenómeno muy importante para entender qué está ocurriendo con el Medioambiente: La Tragedia de los Comunes.
La Tragedia de los comunes es un dilema puesto de manifiesto por Garrett Hardin en 1968 en la revista Science y basado en trabajos de matemáticos de finales del siglo XIX y, de forma muy resumida, dice que en una situación en la que un recurso finito está siendo explotado por diferentes personas puede darse el caso de que la suma de todas estas explotaciones sea superior a la capacidad de ese recurso y lleve finalmente a su destrucción. Esto ocurre porque cada uno de los actores no se percibe a sí mismo como causante de la destrucción porque a título individual su impacto es pequeño. Sólo la suma de esos pequeños impactos es suficiente para provocar el agotamiento.
Si os paráis a reflexionar, podemos encontrar múltiples ejemplos de Tragedia de los comunes a nuestro alrededor: en la gestión del agua, en las emisiones de gases, en el uso de pesticidas, en la sobreexplotación pesquera que lleva al borde de la extinción a algunas especies…en realidad en casi todas las agresiones que recibe el Medioambiente. Hay muy pocas personas malvadas que conscientemente se dediquen a destruir el entorno natural: el grueso de las agresiones proceden de los pequeños granitos de arena que vamos aportando cada uno de nosotros. Nadie en el mundo tiene como objetivo que se extinga el atún rojo, pero tataki a tataki y sashimi a sashimi las poblaciones del Atlántico se han reducido en más de un 90% desde 1970.
Pero, además de provocar que como conjunto caminemos ciegamente hacia la destrucción ambiental, la Tragedia de los Comunes tiene un segundo efecto devastador: funciona en los dos sentidos y, además de enmascarar nuestra percepción del daño que provocamos individualmente, también nos lleva a desincentivar el cambio personal porque pensamos que cada uno de nosotros, como individuo, puede hacer muy poco por cambiar las cosas y que los cambios individuales no van a tener una repercusión apreciable en el conjunto del Medioambiente.
Como individuos tenemos que sobreponernos a esta visión sesgada y valorar el esfuerzo personal por cambiar nuestros hábitos y ser cada vez más respetuosos. Si yo consumo 20 litros menos de agua o como menos carne o compro ropa de más calidad para que me dure más tiempo, no voy a salvar el mundo pero si multiplicas esas pequeñas acciones por miles de millones de personas entonces sí que hay un cambio importante. Y lo mejor de todo es que ese cambio a nivel global no dependerá de la llegada de ningún héroe salvador, ni de la dudosa gestión de los gobiernos, ese cambio dependerá única y exclusivamente de algo sobre lo que cada uno de nosotros tenemos el control: nuestra voluntad y nuestra responsabilidad. Empecemos a ejercer esta responsabilidad ahora que aún estamos a tiempo.