Hoy en día resulta fácil encontrar artículos de opinión, videos de Youtube o artículos científicos en los que se critican las plantaciones de árboles por parte de organizaciones y se cuestiona su utilidad. Sus principales argumentos son que en España ya hay suficientes árboles, que la masa forestal es mayor de lo que nunca ha sido históricamente, que el efecto de las plantaciones sobre la retirada de CO2 de la atmósfera es poco importante, que la sobreabundancia de madera en un bosque poco gestionado favorece los grandes incendios o de que el monte deforestado puede recuperarse por sí solo sin intervención humana.
Estos comentarios, que en ocasiones provienen del mundo científico y generalmente están más que fundamentados, convertirían a iniciativas como la nuestra en poco más que un grupo de desinformados cargados de buena voluntad que pierden su tiempo y sus recursos en algo bonito pero innecesario o incluso contraproducente. Pero como la suma de varias verdades parciales no tiene porqué ser una verdad completa quiero aclararos los poderosos argumentos que tenemos para mantenernos firmes e ilusionados en nuestro objetivo de conseguir la restauración ecológica de antiguas tierras de cultivo abandonadas.
En España ya hay suficientes árboles, e incluso más que en ningún momento de la historia: Cuando se recurren a las grandes estadísticas se pueden sufrir importantes sesgos a nivel local. En España como conjunto, el número de árboles es mayor que nunca pero esta tendencia no es igual en todas las zonas y aquí, en la provincia de Granada, podemos encontrar grandes zonas deforestadas en su práctica totalidad. Precisamente estas zonas (Cara Sur de Sierra Nevada y de la Sierra de Lújar y los bordes de la Hoya de Guadix principalmente) son las que se encuentran en primera línea frente al avance de los procesos de desertificación. Es más, debido a la torrencialidad de las lluvias y a las fuertes pendientes, estas zonas sufren unos procesos erosivos muy graves que aceleran a pasos agigantados su conversión irreversible en un desierto. Una cobertura forestal como la que tenían hasta hace poco más de un siglo ayudaría a detener esta pérdida de suelo (que una vez ocurrida impide la regeneración autónoma de la vegetación), y ayudaría a incrementar la infiltración del agua de lluvia en el suelo (un alto porcentaje de la lluvia en estas zonas deforestadas y con altas pendientes simplemente escurre hacia abajo arrastrando la tierra fértil sin llegar a estar disponible para las plantas) en un círculo virtuoso para la vegetación y que estabilizaría el crecimiento del desierto.
Por tanto, en un hayedo del País Vasco será más interesante hacer una buena gestión del bosque existente que añadir más superficie arbolada, pero en nuestro semiárido Sureste peninsular aún existen numerosos lugares donde la mejor gestión es ayudar a la naturaleza a iniciar el proceso de recuperación de la cubierta vegetal autóctona y esa es la esencia de nuestra asociación.
Por otro lado, las estadísticas pueden ser perversas en otro aspecto: número de árboles no siempre equivale a ecosistemas funcionales. Parte de los árboles de esos recuentos incluyen olivos, almendros, eucaliptos y otras plantaciones. Esos cultivos a gran escala no nos proveen de los servicios ecosistémicos propios de un bosque, aunque sean grandes grupos de árboles: no albergan más que una pequeña parte de la biodiversidad de un bosque, la gestión de los suelos los mantiene desnudos gran parte del año y aumentan enormemente los procesos erosivos y la pérdida de suelo fértil, son grandes sumideros de agua de riego y en algunos casos incluso su mantenimiento implica más emisión de CO2 a la atmósfera que el que capturan. No nos equivoquemos, no son bosques, son cultivos monoespecíficos y aunque numéricamente aporten muchos árboles al recuento, de forma cualitativa no son comparables con las masas forestales naturales.
El efecto de las plantaciones sobre la retirada de CO2 de la atmósfera es poco importante: En España los árboles existentes retiran “sólo” el equivalente al 25% de todas nuestras emisiones. El camino en la lucha contra el Cambio Climático no puede depender de plantar árboles sino que tiene que pasar por una reducción importantísima de las emisiones y el principal argumento para quitar importancia a la reforestación en este aspecto es que podemos pensar que con plantar árboles ya no sería necesario reducir las emisiones y esto no es ni será cierto. Sólo es una acción complementaria más.
Nuestra asociación no está enfocada en la reducción del CO2 en la atmósfera, sino en la conservación de la Biodiversidad y en la restauración ecológica de ecosistemas degradados pero da la casualidad de que uno de los múltiples efectos secundarios positivos de ayudar a regenerar la vegetación autóctona es un incremento, por leve que sea, en la fijación de CO2 atmosférico. Si además colaboramos en crear una mayor conciencia ecológica en las personas que nos rodean podemos estar orgullosos de poner nuestro pequeño grano de arena en el complejo conjunto de medidas necesarias para revertir el calentamiento global.
La sobreabundancia de madera en un bosque poco gestionado favorece los grandes incendios: Los grandes incendios se producen principalmente en masas forestales monoespecíficas con alta densidad de árboles y elevadas necesidades de gestión (aclareos, limpiezas, cortafuegos…) y durante mucho tiempo se han hecho reforestaciones con estas características. Y este no es el modelo de regeneración ecológica que nosotros vamos a practicar. Nuestras plantaciones van encaminadas a ayudar a reproducir un bosque más parecido a la situación natural de nuestro entorno: organizado en bosquetes con grandes claros entre ellos, con varias especies de árboles (las que correspondan a cada zona) y con matorral autóctono en densidades moderadas. Queremos ayudar a crear un mosaico de vegetación en las zonas que lo necesiten. Aunque el riesgo de incendio siempre existe (es un elemento natural y recurrente en el clima Mediterráneo), la extensión del fuego y su afección sobre comunidades más naturales siempre es menor y su posterior regeneración más fácil. Así que efectivamente, las grandes reforestaciones pueden suponer un problema a largo plazo y por eso desde nuestra asociación tenemos un enfoque muy diferente.
El monte deforestado puede recuperarse por sí solo sin intervención humana: esta afirmación es cierta si se cumplen varias condiciones, como son que el suelo sea fértil, que acumule suficiente agua y que haya disponibilidad de propágulos (semillas) de las especies autóctonas. Estas condiciones suelen darse justo después de un evento remodelador como puede ser un incendio, aunque esto no siempre ocurra. En el caso de los terrenos que nos interesan a nosotros como asociación la situación es bien distinta. Después de ser deforestados han sido labrados durante decenas de años como mínimo, eliminando una y otra vez cualquier resto de semillas vivas, o por su pendiente se han erosionado hasta el punto de perder la totalidad del suelo fértil, con la pérdida de capacidad para albergar agua que esto implica. El resultado es un nuevo ambiente tremendamente hostil que sólo puede ser recolonizado de forma natural por unas pocas especies. La Naturaleza es mucho más sabia que nosotros a la hora de regenerarse, pero no podemos esperar milagros en estas circunstancias provocadas por nuestros actos, así que nuestro papel es ayudar, facilitar y potenciar esa regeneración natural mediante la plantación y el cuidado de las primeras fases de crecimiento de la vegetación autóctona, esa que no podría sobrevivir por ella misma en el estado actual de los terrenos. Una vez establecida será el inicio del ciclo virtuoso del agua y la biodiversidad.
En resumen y, después de esta reflexión sobre las principales “pegas” de la labor de restauración ecológica, no todas estas críticas son aplicables a todas las situaciones y, trabajando desde la sensatez, con el vital respaldo de la ciencia y eligiendo los lugares adecuados, está plenamente justificada nuestra labor. Hagamos lo correcto y dejemos un mundo mejor a las generaciones venideras.